Voy al mar
todas las tardes, camino descalza en la arena hasta el agua y juego con la
espuma que va y viene. Las gaviotas vuelan a lo lejos y se respira una brisa
fresca que estimula. El sol es suave a esta hora, el cielo se va volviendo de
un color entre rosa y anaranjado a medida que atardece. La playa está desierta,
solo se oye el murmullo de las olas en su eterno retorno. La profundidad del
azul se extiende sin límites. El mar, ese misterio de dónde venimos al que viajo
en silencio cada tarde desde mi solitaria habitación. En las sombras de la
pared, en el ir y venir de las cortinas y en el eco de los sonidos de los
automóviles y el tren, el mar también va y viene y nos unifica, vive en
nuestras mentes y en los sueños a donde viajamos por las noches. Sin saberlo,
el mar nos envuelve y acuna y volvemos a ser niños que esperan nacer.
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