miércoles, 29 de mayo de 2019


En lo profundo

en lo más profundo

se corre el riesgo de no encontrar nada.

Nadando. Jorge Curinao. 2012

Neptuno me lleva a pensar que durante mucho tiempo estuve adormecida flotando en una pileta de agua tibia, pero ahora desperté y empecé a caminar. La pileta es inmensa y cada tanto tiene desniveles abruptos de agua helada en los que caigo y siento que me ahogo. Será cuestión de aprender a nadar.




La foto de hoy es de este objeto. Un diskette abandonado. En días como hoy, de paro nacional, algunas personas se deshacen de lo que ya no les sirve.



martes, 28 de mayo de 2019

La foto del día es esta. Un lujoso frasco de perfume abandonado abajo de un árbol, en el barrio de San Cristóbal. Encontrar una imagen es una excusa para caminar. Para observar la ciudad.



A mediados de los ochenta tenía veinte años y la firme convicción de cambiar el mundo. Hace unos días me llegó esta foto de aquélla época. Un poco borrosa, como quedaron mis sueños. Pero quién sabe por qué misterio volvió hasta mí.



domingo, 26 de mayo de 2019


Helios Buira
2019

Uno de los recuerdos de mi niñez es escuchar al "botellero" (ese era su apodo popular), recorrer las calles en su carro con su tradicional "compro, compro", usando como megáfono parte de un viejo lavarropas... Sus "compras" eran todo aquello de lo que necesitábamos deshacernos y que él, en su mágico mundo, sabría revalorizar. Como en una torpe máquina del tiempo, acabo de escuchar nuevamente su familiar sonido... Ecos de un pasado que creímos dejar atrás, pero que hoy nos golpea nuevamente, resignificado en su crudeza...

Belén Azpilicueta

Es raro encontrar un diario antiguo en la calle, pero más de este modo. Estaba abandonado abajo de un árbol en Boedo. Es del año 1981, de la época en donde se intentaba mediar en el Conflicto entre Chile y Argentina, por las Islas del Atlántico Sur. Yo era una adolescente entonces, tenía unos 14 años. Recuerdo estar en el camping de Sierra de la Ventana y ver pasar los trenes con soldados. Mi inocencia de entonces me protegía del horror que implicaba una guerra. Creo que potenciada por haber crecido al lado de una Base Naval, en donde el contacto con estos temas formaban parte de un inconsciente colectivo potente. Ahora puedo verlo a la distancia y quedarme con esta foto.


sábado, 25 de mayo de 2019


Los fines de semana y los feriados la gente suele hacer limpieza de armarios y placares. Aprovecha para liberarse de aquéllo que no le sirve. A veces no tiene el cuidado suficiente de donarlo a algún lugar en donde sea útil (como los libros a una biblioteca, la ropa a un armario comunitario), entonces descarta todo en la basura. Generalmente aparecen cajas de medicamentos medio vacías, recuerdo de enfermedades pasadas. Y muchas otras cosas más.

La basura es el registro de lo que somos como humanas y humanos. Aquéllo que descartamos nos define. ¿Cómo nos deshacemos de esos objetos?. ¿Por qué lo hacemos? Por más que traemos de escondernos, la basura nos refleja inexorablemente.




El único objetivo de mi larga caminata por Boedo fue tomar una foto urbana. Encontré la lista de compras de un desconocido. Una suma de bebidas y dos paquetes de cigarrillos. 


jueves, 23 de mayo de 2019


Cien veces nos cruzamos y te ignoré. Tal vez me llamabas y no pude escuchar tu chistido ansioso e imperceptible. Pero ayer, por fin, te contemplé. Un conjunto de luces. Pequeñas cajitas con cientos de historias tan distintas, tan ignoradas. Un impulso a la fantasía eterna y sin límites. Sentado, la visión era distinta. Sólo veía tus cabezas tan bellas como misteriosas. La calle, la gente, los ruidos no interferían tus claroscuros de domingo. La habitación se transformó en un micromundo de paz. Y no faltaba nada. También estabas vos.
Rafael Bitrán
 

Puente Pueyrredón


Lo que más me gusta de ir a dar clase a Quilmes es cruzar el Puente Pueyrredón. No hay una vez que lo haga sin emocionarme. Es más, si voy distraída en el colectivo y se me pasa por alto me entristece. Para mí representa el símbolo de un sinnúmero de manifestaciones populares. Ese límite entre Capital y el conurbano sur me muestra las variaciones de los márgenes del Riachuelo con la lluvia cuando lo atravieso de día y la figura del Coloso de Evita por las noches. Llegando a Avellaneda, busco con la mirada en las primeras torres una ventana que tiene una cortina color verde manzana. Hace años que lo hago. Su tela está cada vez más desteñida por el sol, desde lejos puede percibirlo. Creo que el día que sus dueños decidan cambiarla, habrá terminado un ciclo para mí.


Foto: Extra News-La Plata

martes, 21 de mayo de 2019



Helios Buira
2019


Papá no había terminado la escuela primaria. Cuenta mi mamá que cuando tenía sólo once años, junto con su hermano, que era un año mayor, araban a caballo y en alpargatas el campo. No quedaba mucho tiempo para estudiar. Mucho tiempo después, trabajando en Puerto Belgrano, tenía que rendir un examen para ascender, entonces mi mamá,que era maestra, lo preparaba. Pero día a día el olvidaba los cálculos de fracciones que ella le había enseñado la noche anterior. Sin embargo, aprobó. Cuando yo iba a primer año, mi profesor de matemática nos daba a veces algunos problemas muy difíciles con el fin de evaluar si habíamos aprendido. En realidad, eran verdaderos acertijos matemáticos, que no se resolvían de la forma que nos había enseñado. Y era entonces mi papá el que por las noches y en secreta complicidad me los resolvía, para que yo los entregara orgullosa a la mañana siguiente.

Ser la mayor de tres hermanos tenía algunas ventajas, pero muchos problemas. Tengo la sensación a la distancia de que era la primera en vivir ciertas experiencias y que después mis hermanos tenían el camino más allanado. Por lo menos, es seguro que ninguno de ellos se caería de un colectivo en marcha. La primera vez que subí sola a un transporte público no tenía ni la menor idea de cómo se bajaba y fue así cómo cuando el vehículo iba acercándose a la vereda, me tiré de encima mientras estaba en marcha. Es que a mí siempre me había parecido que la gente lo hacía de ese modo, porque los veía bajar muy rápido. Corolario: terminé de panza en una charco de agua barrosa. Es que no sólo era la primogénita, también ya se vislumbraba mi destino de despistada.

Mi papá había nacido en el campo, pero cuando tenía treinta años entró a trabajar a la Base Naval Puerto Belgrano. Cuando era el comienzo de clases y yo le preguntaba específicamente de qué se ocupaba, para completar la planilla de la escuela, él me decía que era obrero, con un gesto tímido y encogiéndose de hombros. Lo cierto es que a mí me avergonzaba y terminaba escribiendo "Empleado Nacional". Papá trabajó toda su vida, hasta jubilarse, en el Taller de Armas Navales. Alguna que otra vez me llevó a conocerlo. Era herrero. Nunca se me ocurrió preguntarle específicamente qué hacían allí. Y ahora pienso que con ese nombre aterrador, debería haberlo hecho. Pero para mí, el lugar de trabajo de mi papá era tan natural que nunca se me pasó por la cabeza preguntarle algo. Y él tampoco nunca nos contó nada. Trabajó en el Taller durante todo el Proceso Militar y en la Guerra de Malvinas, sin que yo ni siquiera vislumbrara algo de lo que allí pasaba. Su silencio al respecto era absoluto. Lo único que compartió algunas veces de su trabajo eran pequeñas artesanías que hacía en sus ratos libres. Las letras de metal en la entrada de la Universidad Tecnológica Nacional de Bahía Blanca. Siempre pasaba por esa cuadra y nos las mostraba con orgullo. En las noches de verano nos llevaba a la Base para ver un pesebre que había hecho, en simples siluetas. En una época se dedicó a hacer llaveros y a mí me regaló una pequeña y misteriosa cajita, que todavía conservo. En el patio de mi casa quedó también un banco de plaza, hecho por sus manos. Nunca supe valorar esos detalles sencillos. Era lo que él nos podía ofrecer de su trabajo, aquéllo de lo que se sentía orgulloso. Los ruidos de la herrería afectaron sus oídos. Los metales con los que trabajaba lo enfermaron. Mi papá era herrero. Oficial herrero. Nunca me sentí más orgullosa.





miércoles, 8 de mayo de 2019


En esta foto aparecen mi papá, Ángel, a la izquierda; mi tío Luis, en el centro, y mi tío Panchito, a la derecha.
Mi tío Panchito es el mayor de los hermanos, el Flaco, como siempre lo llamaron. El único que nos queda de los tres vascos. Anoche nos avisaron que está muy delicado de salud. Querido tío. La última vez que lo vi fue este verano, cuando me mostró los trofeos que había ganado jugando al tejo. Trabajó toda su vida en el campo. Simple, sencillo, feliz, como sus hermanos. Los extraño tanto.



Las flores aprendieron a respetarse en medio del caos. Nunca las vi tan felices.

El patio de mi casa.


Esta maceta siempre fue parte del patio de mi casa. Cuando era chica pasábamos un tubo de plástico entre los huecos de los ladrillos para hablar con mi tío Petiso, que era nuestro vecino. El resultado no era muy poderoso, pero mis hermanos y yo nos sentíamos tremendamente importantes.

 Hace más de diez años que estoy en pareja con un coleccionista, y tengo que reconocer que me llevó mucho tiempo comprender la esencia de es...