lunes, 31 de mayo de 2010

Vuelo al sol


Ese día no lo pensó. Estiró los brazos por encima de su cabeza y despegó los pies del suelo. Se fue elevando hasta la altura de los techos de las casas. El problema fue esquivar los postes de luz con sus respectivos cables. Un poco cohibido todavía, miró hacia abajo de reojo para detectar si alguien lo había visto. Pero nadie parecía haber notado que él andaba por ahí arriba. O si se dieron cuenta, lo tomaron como lo más normal del mundo. Ensayó distintos movimientos. Lo más gracioso era que por más que variara la posición de su cuerpo seguía flotando. Sentado o parado, avanzando o retrocediendo. A veces lento, como en una caminata lunar, otras veloz como una flecha. Probó dar vueltas carnero y ahí fue cuando le dio un ataque de risa y casi choca con una vieja antena de televisor que había quedado olvidada en una terraza. Se detuvo unos instantes para tomar aire y entonces divisó a lo lejos un cúmulo de nubes rosadas. Extendió los brazos, inspiró hondo y se lanzó hacia ellas, como quien se dispone a la conquista del Africa. Tan rápido iba que no pudo frenar y otra vez su nariz se dio contra un manojo de copos algodonosos. Al principio la sensación lo sorprendió, pero a medida que se fue acostumbrando sintió que minúsculas gotitas rozaban su piel y disfrutó con placer de la atmósfera iridiscente. Sacó la cabeza de la nube. Una luz dorada y cálida lo envolvió. Hizo pie en el copo y puso proa hacia el sol. Desplegó sus brazos y se dejó atraer por el magnetismo de la estrella. Una dulce tibieza lo fue atravesando de la cabeza a los pies. Viajó tanto tiempo que olvidó los nombres de los rostros que conocía. Por último fue olvidando también a los rostros. A veces dormía y cuando despertaba seguía viajando. Despreció los planetas que atravesó en el camino. Su único objetivo era el sol. La atmósfera se fue volviendo de color dorado y el calor mucho más intenso, pero él ya se había acostumbrado. Millones de chispas lo acariciaron. Su cuerpo fue envuelto por llamas y se volvió del color del fuego. Al llegar al sol supo que quería vivir allí. Lo recorrió de punta a punta. Ya no durmió. Nadó en los mares incandescentes y disfrutó con las explosiones que lo proyectaban hacia el espacio, para después caer en medio de infinitos destellos. Vivió en el sol mucho tiempo. Ya no recordaba quién era ni por qué estaba ahí. Pero un día sintió nostalgia. Recordó algo así como un sonido. No pudo descifrar de qué se trataba. Finalmente lo descubrió. Era el canto de un pájaro. Y así fue como un recuerdo trajo al otro y el pájaro trajo a un árbol y una casa. Consideró la posibilidad de emprender el regreso. Y un día lo hizo. Volvió a extender los brazos y se lanzó al espacio. Con ojos límpidos, enfocando ese pequeño punto azul que divisaba a lo lejos y que lo atraía cada vez más.

domingo, 30 de mayo de 2010

Mapas sensitivos

Hoy es lunes, húmedo lunes.

Caminaba por la calle y oía adentro mío, a una voz en off, que iba haciendo comentarios al pasar, como si en mi mirada llevara una cámara y la voz fuera comentando lo que veía, como si le hablara de la ciudad a alguien que no la conociera.

Subida a un colectivo semi-conocido, y recorriendo un trayecto semi-conocido, me sorprendí, en un instante. Es que miraba, sin saber exactamente adónde estaba, pero sentí una leve, pequeña sensación dolorosa, asociada a ese lugar. Segundos más tarde lo identifiqué-al lugar- no así a la causa de mi pequeña tristeza (por suerte, el alma es siempre más misteriosa que las geografías). Me quedé pensando en que podría dibujar un mapa sensitivo de la ciudad, que explicaría por qué frecuento ciertas zonas en una época, y luego las abandono, para migrar hacia otras. Pero aunque no lo dibuje, lo llevo conmigo, y me guía, inconscientemente, en mis circuitos cotidianos.

Sin título (febrero 2010)


(Témpera sobre papel)

Palabras frutales

Una palabra de ámbar llegó saltando hasta mí esta mañana.
Atravesó mi puerta directamente, sin abrirla, y se dirigió hacia mí en donde hizo lo mismo con mi esternón. Y allí empezó a multiplicarse infinitamente en estas historias.



-Una frutilla y yo conversamos largo rato. Ella estaba cansada de su destino de tarta y crema. Viajamos juntas hasta un cristalino curso de agua en donde la liberé. Se fue flotando en la corriente. Nunca más supe de ella.


-Esta mañana, al levantarme, exprimí un limón. Luego derramé el jugo sobre el centro de mi cabeza y dejé que penetrara hasta mi cerebro, para que se fuera despertando de a poco. El líquido cristalino bañó mis circunvoluciones y neuronas. Es la mejor manera de asimilar la vitamina C. Después abrí las ventanas y me fui a caminar bajo el sol.


-En el club de mi barrio, hay una pileta de natación que la comisión directiva decidió llenar con licor de chocolate durante el verano. Se habilita únicamente en horario nocturno y los vecinos concurren cada noche a nadar bajo las estrellas, mientras el propio presidente del club toca la armónica, sentado en el borde, con los pies llevando el compás en el licor.


-Esta mañana escuché en la radio que había paro de subtes. Por eso, cuando salí de mi casa decidí ir caminando hasta el trabajo por un sendero de nubes. Me costó un poco decidirme entre uno de nubes violetas y otro de nubes anaranjadas, pero me quedé con este último. Me pareció más adecuado para la mañana.


-Ella tenía corazón de frambuesa pero no lo sabía. Hasta que él se animó a probarlo y se lo contó al oído.

-El chocolate blanco cura todas las penas de amor. Comer dos tabletas antes de dormir y dejar que se disuelva en la boca junto con los últimos restos de tristeza.


-Marcos llegó cansado de la oficina. Se acostó deseando convertirse en mariposa. Apenas se quedó dormido, le crecieron alas anaranjadas que estiró de a poco para acercarse hasta la ventana y escaparse por ella. Voló toda la noche por jardines olvidados y se reencontró con flores conocidas. Con las primeras luces del día regresó a su cuarto y se posó sobre su entrecejo, batiendo las alas suavemente hasta que esa caricia lo despertó.

Silencio. Espacio. Vacío.
Palabras. Colores.
Palabras de colores. Palabras con colores.
Palabras que habitan. Estamos habitados por palabras

sábado, 29 de mayo de 2010

Planeta Laura

Laura no podía asociar las caras con los nombres de las personas. Saludaba a Andrés creyendo que era Juan y besaba a Pedro confundiéndolo con Martín. Le preguntaba por sus hijos a Mara, que no tenía ninguno e intentaba comprar el pan en la farmacia. Cuando escuchaba música lloraba desconsoladamente por amores que nunca había tenido y un día se presentó a dar clase en la escuela del barrio, con guardapolvo blanco. El problema era que no trabajaba allí. Su gato comía alimento para perros y siempre olvidaba que en su edificio había ascensores. Se duchaba vestida. Cuando hacía calor, salía a caminar sin ropa. La puerta de su casa estaba abierta para recibir a desconocidos que rápidamente se convertían en confidentes de historias inventadas. Acumulaba diarios viejos que intentaba vender sin éxito. Olvidaba encender las luces al anochecer y en plena oscuridad leía.

 Hace más de diez años que estoy en pareja con un coleccionista, y tengo que reconocer que me llevó mucho tiempo comprender la esencia de es...