miércoles, 30 de junio de 2010

El huevo filosófico (Aldo Pellegrini)


Admitir como real sólo las apariencias sensibles equivale a reducir el mundo y limitar las posibilidades del hombre. Toda la historia de la ciencia revela una lucha permanente contra los límites que significan las apariencias de las cosas, con objeto de apresar lo que en última instancia constituye lo real. Pero esta última instancia, aunque parece estar al alcance de la mano, huye cuando se intenta asirla. Si los hombres de ciencia no tuvieran el íntimo convencimiento de que no hay límites para la realidad, todo camino de avance se habría agotado. Pero la ciencia que avanza por pasos, siempre plantea un nuevo límite. El surrealismo trabaja directamente sobre lo infinito concebido como concreto.

miércoles, 23 de junio de 2010

Cuerpo transparente (Paul Auster)

A lo largo de aquéllos días hubo momentos en que tenía la sensación de que mi cuerpo se había vuelto transparente, como una membrana porosa a través de la cual pasaban las fuerzas invisibles del mundo: una red aérea de descargas eléctricas transmitidas por los pensamientos y sentimientos de los demás.

de "La noche del oráculo", Paul Auster. Anagrama

sábado, 19 de junio de 2010

ña diáfana


Hoy fui al Museo Pan Klub, la antigua casa de Xul Solar (en Laprida al 1200), y me quedé un rato mirando esta obra. Xul supo captar los misterios de nuestro cuerpo con sus ojos de artista y visionario, y nos vio transparentes, diáfanos. Un cuerpo de luz...

viernes, 18 de junio de 2010

Pacto de silencio

Ese viernes a la noche, se había establecido un pacto de silencio entre los choferes de micros de larga distancia que salían de Retiro. Todos los coches que partieran entre las nueve y la una de la mañana lo harían sin rumbo fijo. Los choferes tendrían absoluta libertad para elegir el destino al que conducirían a los pasajeros, que por supuesto se enterarían de ésto al llegar a destino, somnolientos por la mañana.

miércoles, 9 de junio de 2010

Un monje amigo

En el interior del cerebro de Marcos había un desierto con una cueva en la que habitaba un monje solitario. Todo lo que poseía eran algunos libros y una bolsa con pan seco. Musitaba oraciones mientras leía distraído al abrigo de rocas milenarias. Por las mañanas acostumbraba salir a contemplar el cielo y a increpar al viento cuando las nubes se acumulaban sobre su cabeza. Sospechaba entonces que las cosas no andaban demasiado bien en el cerebro que lo albergaba. Presentía una vez más la llegada de las tormentas eléctricas neuronales. Descargas intempestivas cargadas de violencia que sólo se calmaban con un buen llanto.
Llegó un tiempo en el que el cielo se puso tan oscuro que decidió ayudar a su desesperado amigo. Empezó por cantarle viejas canciones mientras dormía, pero sólo conseguía ponerlo más triste. La lectura de sus salmos favoritos lo aburría. La situación parecía exigir algo más enérgico.
Hizo un atado con sus pertenencias y se puso en marcha. Se dirigió hacia la zona del lóbulo temporal, el de la música. Después de mucho caminar por circunvoluciones de arena, encontró un oasis sonoro abandonado. Viejas melodías secretamente guardadas debido al dolor que evocaban. El monje cargó algunas en su atado y después de beber un poco de agua, siguió su camino. Llegó así a la selva enmarañada que había invadido el lóbulo frontal. Redes de pensamientos tortuosos habían crecido oscureciendo los senderos. Era imposible avanzar. Con sus manos se las ingenió para cortar algunas ramas, despejando un poco la zona y así pudo seguir adelante. Bajó por una pendiente pronunciada hasta el piso del cerebro. Desembocó en el poderoso hipotálamo. Grietas polvorientas en el piso denotaban la falta de emoción en la vida de Marcos. Consultó su viejo libro de herboristería y preparó una infusión aromática que derramó sobre las resecas neuronas. Las señales nerviosas comenzaron a activarse. La hipófisis despertó con un sonido de campanas. Las hormonas comenzaron a fluir en torrentes hacia los vasos sanguíneos y el sol resplandeció en el cielo neuronal. El monje supo que Marcos estaba sonriendo mientras despertaba. Su misión había terminado. Se deslizó por el interior de la médula hasta la cola de caballo final y allí se durmió tranquilamente.

jueves, 3 de junio de 2010

Horizonte onírico


(Acuarela y lápices de colores)

Sonrisa soleada

Hasta dónde se expande una sonrisa?
Si se pudieran fotografiar las milésimas de segundo durante las que unos labios, unos ojos, los músculos sonríen y van desencadenando respuestas en otro rostro…Un sutil intercambio gestual, mudo, en donde dos seres pueden conectarse.
Hasta dónde llega esa sonrisa? Hay veces en que la sonrisa empieza desde el corazón, en los instantes previos al contacto visual. Es ahí donde se dan los mejores encuentros. Si no hay sonrisa del corazón, la sonrisa no es sonrisa. Es mueca. Sonreír, de verdad, desde adentro, como si un sol nos iluminara desde atrás de los ojos, desde adentro del pecho. Una de las formas del amor.

miércoles, 2 de junio de 2010

Horizonte loco


(Acuarela y lápices de colores)

Sopa de letras

Tomaba sopa de letras todas las noches. Con los fideos armaba historias fantásticas, con olor a caldo de gallina. Los pescaba con la cuchara y después intentaba ordenarlos. Cuando una frase no le gustaba se la bebía de un sorbo. Si faltaban letras, siempre quedaba el recurso del plato vecino. Claro que no todos accedían a compartir su cena. María era la más solidaria. A cambio pedía intervenir en el argumento. A ella le gustaban las historias crueles y oscuras que acompañaba con un té amargo. Con el tiempo llegaron a editar un libro. Se vendía en los supermercados, en el estante de comidas rápidas. Los consumidores lo ingirieron a las apuradas, sin enterarse de qué se trataba, como ocurre la mayoría de las veces con esos sobres malditos.

martes, 1 de junio de 2010

Marea baja. Arroyo Pareja, Punta Alta

El hombre del mar


Juan nació en una aldea a orillas del mar. Era de estatura diminuta. Vivía tratando de esquivar los gigantescos pies que amenazaban con aplastarlo cuando se descuidaba. Había oído decir que del otro lado del mar, existía una tierra habitada por hombres pequeñitos que vivían felices en casas de su tamaño. Pasaba horas en la playa mirando hacia el horizonte, preguntándose como serían.
Después de mucho pensarlo, buscó una botella de vidrio grueso. Guardó en su bolsillo un pedazo de pan y una moneda de oro. Se encogió un poco para atravesar el cuello de la botella, se metió adentro y esperó que al subir la marea, las olas lo empujaran al mar.
Al principio el viaje fue muy agradable. La botella giraba y desde su interior podía ver los juegos de la espuma y algunos peces de colores brillantes que lo miraban con curiosidad. Pero las olas que al comienzo habían resultado tan amigables, una mañana lo devolvieron a la playa de donde había partido con tanta ilusión.
No quiso renunciar a su sueño. Con ramas y sogas construyó una balsa, con un pañuelo hizo la vela y de nuevo se echó al mar. Ahora confió en el viento que lo impulsaba. Por las noches observaba la posición de las estrellas que le confirmaban que estaba en el camino correcto. Así pudo avanzar, hasta que un día se levantó una tormenta muy grande y la balsa se desarmó. Sintió mucho miedo pero no quiso rendirse. Juan era un hombre obstinado. Decidió confiar en sí mismo y cruzarlo a nado. Aprendió a coordinar el movimiento de brazos y piernas para no cansarse y así llegó a la orilla opuesta. Estaba en las tierras que siempre había querido conocer.
Descansó un rato en la arena para recuperarse del viaje. Cuando quiso incorporarse, sintió que le costaba respirar. Su cuerpo se había transformado. Se había vuelto de color aguamarina y le habían crecido escamas. Decidió volver al mar. Se sumergió y nadó muy profundo. Cuando llegó al fondo, encontró una piedra y se sentó a descansar. Al mirar a su alrededor pensó que podía ser un buen lugar para quedarse. Y así lo hizo. Vivió allí para siempre, rodeado de anémonas y peces.

 Hace más de diez años que estoy en pareja con un coleccionista, y tengo que reconocer que me llevó mucho tiempo comprender la esencia de es...