lunes, 30 de noviembre de 2020

No nos cansamos de revisar una y otra vez la partida de Diego Maradona. No es un hecho menor que haya sucedido en medio de una pandemia, en donde la experiencia de la muerte nos resulta tan cercana, familiar y amenazadora. Transcurrido el velorio, en donde se vivió realmente un "clima de cancha" en el que a mi entender, se ponían en juego muchas cosas: la estupefacción y el dolor frente a esa muerte y la incapacidad de asimilarla, con una necesidad profunda de catarsis, fruto del aislamiento de la pandemia (con esto no estoy aplaudiendo lo que sucedió, sólo trato de pensarlo), a medida que se van sucediendo los homenajes creo que nos va cayendo la ficha de que Diego no va a volver. Y, a pesar de que no soy futbolera, siento que con su muerte se cierra un capítulo de nuestra vida. Cada mañana me despierto pensando entonces que murió Maradona. Tal vez, el tomar conciencia de la muerte del ídolo, sea una forma de tomar conciencia de nuestra finitud, algo que de tan extraordinario preferimos a veces olvidar.




domingo, 29 de noviembre de 2020

 En los 80, iba a bailar al Club Universitario de Bahía Blanca, que funcionaba en la antigua casona de Avenida Alem. El mismo cuyo piso vibraba cuando en la planta alta saltábamos sin parar durante la Semana del Estudiante. Ahí fue donde me encontró un 22 de junio de 1986 con un grupo de amigos festejando los goles de Maradona a los ingleses. Uno de los recuerdos más lindos de esa época.

jueves, 19 de noviembre de 2020

 "Dime cómo te han mirado y te diré quién eres"

dice Carlos Skliar en una maravillosa conferencia.

https://www.youtube.com/watch?v=uyavBQsL7jk&t=1523s

Y aquí estamos, ocultándonos detrás de los barbijos que nos protegen de los virus, pero que desnudan nuestros ojos. No hay máscaras ahora. Sólo miradas que pueden ser perturbadoras ya que nos remiten a lo más íntimo y primario, por más que vengan de un desconocido. 

¿Podremos aprender a mirarnos? ¿A dejar que nos miren?



 Pedacito de cielo



Esta es la hora en la que el sol empieza a ponerse sobre mi ventana, y en la que mi madre, a muchos kilómetros de acá, debe estar diciendo: "estoy esperando un ratito más para ir a la verdulería porque me hace muy mal el reflejo en los ojos". Es el brillo de la misma luz la que nos une, desde lejos.

martes, 17 de noviembre de 2020

¿ Pensaste alguna vez en que podrías no haber existido nunca? Tener ese sentimiento-pensamiento no se alcanza voluntariamente, ni por el razonar, sólo mediante algo más profundo y secreto, ante lo cual sólo podemos maravillarnos y agradecer.

sábado, 14 de noviembre de 2020

 Convivir con el misterio alumbra el pasado. Pero no siempre pasa. Si el ruido aturde, el ave escapa y las paredes que nos rodean son una caja dentro de otra, de la cual no podemos salir.



15 minutos de rutina diaria de Shaolin Quigong


https://www.youtube.com/watch?v=y2RAEnWreoE

domingo, 8 de noviembre de 2020

sábado, 7 de noviembre de 2020

Poder decir nos libera. La palabra transforma el horror en cenizas que con suerte logran abonar un mañana. 


Cuando todo está oscuro, no hay palabras. Nombrar algo es un exorcismo, que solo puede hacerse con el tiempo. Si algo duele mucho, es mejor no tocarlo. La herida puede volver a sangrar y el poco de claridad que hay se escabulle. Es raro. Uno no olvida. Solo espera que la palabra se manifieste para empezar a sanar.



 En este tiempo recuperé costumbres muy antiguas, entre ellas las de secar las cáscaras de las naranjas para agregarlas en trocitos al mate. Hacerlo de nuevo me dio alegría. Sin embargo, el tiempo ido no regresa, sólo intentamos reinventarlo con pequeños gestos. Tal vez nos equivoquemos, pensando que en esa época éramos felices. La memoria traiciona, y a veces solo evoca las luces en la oscuridad. Entonces vuelve el gusto amargo de las naranjas y tragamos saliva, con el mate de siempre, pero en otro rincón.


 


 

 Decir " tí...o" hacía que se me iluminara la cara. Él intentaba hacer como si nada, como si no se emocionara, pero un brillo cómplice aparecía en sus ojos. No hablábamos cosas demasiado profundas, estar juntos alcanzaba. Con los años, diría que era mi adulto favorito. Un hidalgo caballero. Eso era.

A mi tío, Néstor Pérez

La costumbre de los domingos era ir a visitar al panteón la tumba de mi abuela. Como era subterráneo, lo que potenciaba su aspecto lóbrego, se bajaba por una larga escalera de mármol blanco, sin descansos, que me parecía inmensa, dándome vértigo. El edificio era de estructura circular, con pasillos que desembocaban en el centro del mismo. Iba con mis papás y hermanitos, en solemne procesión, y mientras mi mamá cambiaba las flores y miraba a la lápida gris con una mezcla de tristeza y reproche hacia su madre, que se había ido demasiado pronto, yo iniciaba aventuras audaces, corriendo por los pasillos mortuorios. Fantaseaba con la idea de perderme, algo que pese al imaginario peligro, me excitaba. Sin embargo, en unos pocos tramos retrocedía sobre mis pasos, al lado de mis padres. Al volver a casa, nunca era suficiente el agua y el jabón para lavarnos las manos. Creo que con ese rito, intentábamos alejarnos de la muerte, de cuya mansión triunfal veníamos.

viernes, 6 de noviembre de 2020

 Cuando alguien moría, en el velatorio competían las coronas de flores. Yo me divertía comparando cuál era la más linda, la más grande. Una vez realizado el entierro, quedaban apiladas en la entrada del panteón, y me daba tristeza verlas así, abandonadas, tan caras y bonitas. Al volver un par de días después, solo quedaban unos pocos restos en el lugar en donde habían quedado al descuido, en general, algunas cintas violetas escritas en letras doradas. Creo que eso iniciaba de algún modo oscuro la asimilación de la pérdida, la desaparición de la ofrenda con la que habíamos intentado despedir a alguien que nunca se iría del todo. Hoy pasé por un puesto de flores y me sorprendió ese olor antiguo y húmedo de rosas marchitas. Siempre la muerte acecha en el lugar más inesperado.

 Escucho las palabras que no decís, las que están detrás de tus palabras. No puedo evitarlo. Me quedo mirando un poco al vacío mientras hablás, en un intento de decodificarte, que nunca alcanzo del todo. A veces la sensación que queda es amarga, cuando se filtró aquello que escondías con tanto cuidado, y no pude evitar percibir. Casi siempre es así. Por eso me entristezco. Ya no quiero escucharte. Nunca más.

 Hace más de diez años que estoy en pareja con un coleccionista, y tengo que reconocer que me llevó mucho tiempo comprender la esencia de es...