lunes, 30 de noviembre de 2020

No nos cansamos de revisar una y otra vez la partida de Diego Maradona. No es un hecho menor que haya sucedido en medio de una pandemia, en donde la experiencia de la muerte nos resulta tan cercana, familiar y amenazadora. Transcurrido el velorio, en donde se vivió realmente un "clima de cancha" en el que a mi entender, se ponían en juego muchas cosas: la estupefacción y el dolor frente a esa muerte y la incapacidad de asimilarla, con una necesidad profunda de catarsis, fruto del aislamiento de la pandemia (con esto no estoy aplaudiendo lo que sucedió, sólo trato de pensarlo), a medida que se van sucediendo los homenajes creo que nos va cayendo la ficha de que Diego no va a volver. Y, a pesar de que no soy futbolera, siento que con su muerte se cierra un capítulo de nuestra vida. Cada mañana me despierto pensando entonces que murió Maradona. Tal vez, el tomar conciencia de la muerte del ídolo, sea una forma de tomar conciencia de nuestra finitud, algo que de tan extraordinario preferimos a veces olvidar.




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