martes, 1 de junio de 2010

El hombre del mar


Juan nació en una aldea a orillas del mar. Era de estatura diminuta. Vivía tratando de esquivar los gigantescos pies que amenazaban con aplastarlo cuando se descuidaba. Había oído decir que del otro lado del mar, existía una tierra habitada por hombres pequeñitos que vivían felices en casas de su tamaño. Pasaba horas en la playa mirando hacia el horizonte, preguntándose como serían.
Después de mucho pensarlo, buscó una botella de vidrio grueso. Guardó en su bolsillo un pedazo de pan y una moneda de oro. Se encogió un poco para atravesar el cuello de la botella, se metió adentro y esperó que al subir la marea, las olas lo empujaran al mar.
Al principio el viaje fue muy agradable. La botella giraba y desde su interior podía ver los juegos de la espuma y algunos peces de colores brillantes que lo miraban con curiosidad. Pero las olas que al comienzo habían resultado tan amigables, una mañana lo devolvieron a la playa de donde había partido con tanta ilusión.
No quiso renunciar a su sueño. Con ramas y sogas construyó una balsa, con un pañuelo hizo la vela y de nuevo se echó al mar. Ahora confió en el viento que lo impulsaba. Por las noches observaba la posición de las estrellas que le confirmaban que estaba en el camino correcto. Así pudo avanzar, hasta que un día se levantó una tormenta muy grande y la balsa se desarmó. Sintió mucho miedo pero no quiso rendirse. Juan era un hombre obstinado. Decidió confiar en sí mismo y cruzarlo a nado. Aprendió a coordinar el movimiento de brazos y piernas para no cansarse y así llegó a la orilla opuesta. Estaba en las tierras que siempre había querido conocer.
Descansó un rato en la arena para recuperarse del viaje. Cuando quiso incorporarse, sintió que le costaba respirar. Su cuerpo se había transformado. Se había vuelto de color aguamarina y le habían crecido escamas. Decidió volver al mar. Se sumergió y nadó muy profundo. Cuando llegó al fondo, encontró una piedra y se sentó a descansar. Al mirar a su alrededor pensó que podía ser un buen lugar para quedarse. Y así lo hizo. Vivió allí para siempre, rodeado de anémonas y peces.

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