El silencio
y la paz del verano, como un domingo permanente en el que los días reposan y el
alma respira contemplando el cielo, las palabras que nos pueblan se expanden
abriendo espacios, para contar historias de nuevos países a recorrer, las
palabras amadas que sostienen la Vida y la pueblan de sentido, o lo intentan al
menos en cada mañana, cuando se organizan en un armazón de ideas que nos
sostienen y constituyen en el espacio vacío, minúsculas partículas que danzan y
nos dan identidad, voz y rostro, ondas en el aire que definen siempre quiénes
podríamos ser si abriéramos el alma al viento de los amaneceres que traen
nuevas posibilidades de hacer algo que justifique que estamos erguidos y
sigamos caminando pese a tantas caídas, que lo sigamos haciendo bajo la Luz de
una estrella que nos espera para que un día, en el silencio de la presencia del
Amor, seamos por fin lo que vinimos a ser.
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