martes, 11 de febrero de 2025

 

Cada martes y jueves a las tres de la tarde preparaba el portafolios con témperas y lápices de colores y llevando mi carpeta de dibujo número seis como escudo, me disponía a caminar las doce cuadras que me separaban de la Academia Konrad, de la Sra. De Hurtado. A eso de las cinco volvía para merendar, hacer los deberes y mirar las novelas de la última hora de la tarde.

Era un clásico pasarme los sábados desde las dos hasta las seis terminando mis dibujos, mientras en el televisor pasaban alguna película de Tarzán.

Si los materiales hoy son caros, imagino cómo lo serían antes, no sé cómo haría mamá para comprarlos. 

Caminé esas doce cuadras durante muchos años, cruzando la plaza de Punta Alta en diagonal, desde los diez hasta los diecisiete, ida y vuelta. La carpeta crecía y cuando venían visitas era un clásico que se las mostrara, a pedido de mis padres, para mi fastidio. Mi pasión por el color viene desde aquellos años, cuando contemplaba con respeto los cuadros con flores que la Sra. de Hurtado había pintado y decoraban las paredes del sencillo garaje que era la  Academia Konrad, por donde tantos niños/as y jóvenes pasamos en aquéllos años.

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