viernes, 28 de junio de 2024

Como casi todos los chicos, no tomaba mate en mi infancia. Ese ritual que tenía papá cuando todavía ni había salido el sol, de hacerlo sentado en un banquito frente a la ventana, mirando el patio, quién sabe pensando en qué, para más tarde cebarle algunos a mi mamá, que todavía estaba en la cama, mientras charlaban bajito, escuchando las primeras noticias del día, en la radio. No, los chicos no tomábamos mate, salvo alguna vez a las perdidas, uno muy lavado. No llegábamos a entender, creo, el misterio de esa ceremonia, quizás más profunda cuanto más solitaria es. Lo que sí disfrutaba era cuando a veces, después de cenar, mamá preparaba té de hierbas en un jarrito de loza, con bombilla incluida y haciendo una ronda, tomábamos un sorbito cada uno, lo que prolongaba la sobremesa, para mi contento. Creo que veía a mis padres como los jefes indios de una pequeña tribu, que en lugar de pipa de la paz, compartían el jarrito aromático con nosotros. Conversaciones mediante, la noche serena nos cobijaba, antes de irnos a dormir.

jueves, 27 de junio de 2024

 Ahora hay que hacer esto y esto y esto. Siempre hay algo que hacer. Aprovechar el tiempo. Ser útil y productivo/a. Y si tenemos una sensación de vacío, ante la duda, distraernos o consumir. Tapar el vacío, ese lugar adentro nuestro en donde tal vez, podríamos hacer alguna pregunta complicada, que nos pusiera incómodos: ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿para qué estamos?

La angustia puede acecharnos entonces; tal vez, intentar mirarla de frente podría ser una alternativa, no para lograr darle una respuesta desde nuestra racionalidad cotidiana. Tal vez,  podríamos abrazar el misterio de nuestra propia existencia, ese espacio sin tiempo al que pertenecemos cuando nos dejamos ser, cuando se callan las voces que nos dan órdenes, incluso la nuestra y somos algo muy chiquito, pero parecido a un dios.

miércoles, 26 de junio de 2024

 A veces Castalia percibe peleas lejanas, que la entristecen. Piensa entonces que debería hacer algo para ayudar a solucionarlas. Va caminando hasta la cima de la única colina de mundo castalio, y apoyando sus manos sobre la tierra, le pide al cielo que haga llover sobre los seres que están enojados. Una vez que están bien empapados, solo resta decirle a las nubes que se vayan muy lejos, para que salga de a poco el sol y se vayan secando, ya totalmente reconciliados. Castalia suspira entonces aliviada, y bajando la colina, va volviendo a su casa, en donde Miau la espera para conversar un rato.

Castalia conoce un hueco secreto, por donde se desliza hasta el centro del mundo. Allí hay una hoguera que está siempre encendida, y ella se encarga de reavivarla todas las noches, para que el planeta irradie amor y vida para todos sus habitantes. 

Es lindo sentarse al lado del fuego. Castalia agrega algunas ramitas que lleva consigo y aprovecha el tiempo para peinarse despacito, mientras sueña con un mundo de colores brillantes y seres bondadosos, con quienes jugar.

 La gente dice que no se puede llegar hasta el lugar en donde nace el arco iris, pero Miau, el inquieto gato amarillo de Castalia, sabe perfectamente que no es cierto, porque ha ido muchas veces. Así fue como le prometió a Castalia que la iba a llevar hasta allí, en su próximo viaje. Ella espera ese día muy ilusionada, porque siempre quiso ver de cerca el arco iris, para poder tocarlo y comprobar por sí misma que está hecho de pequeñas plumas multicolores, como lo ve en sus sueños.

 Una vez, su amigo Miau viajó muy lejos y cuando volvió, le contó a Castalia que había conocido un planeta en donde vivían seres bondadosos. Eran de color blanco y tenían mil dedos, muy largos y flacos, con caramelos de coco como anillos. Cuando algún visitante llegaba, le ofrecían uno de esos dulces como recibimiento y el que los comía, en un abrir y cerrar de ojos se volvía sabio y bondadoso, como ellos, entonces podía recorrer el planeta sin problemas. Castalia se mostró muy interesada y le pidió por favor a Miau que la llevara, en su próximo viaje intergaláctico. Miau accedió muy contento, y después se fue a dormir al lado de la chimenea.

 Después de almorzar, Castalia suele dar un paseo por la orilla del río. En el mundo castalio, el único río que existe es de color tornasol y tiene una temperatura muy agradable. En él viven peces muy sabios, a los que Castalia siempre consulta cuando tiene que tomar decisiones importantes. Se sienta sobre una piedra al lado del agua a esperarlos pacientemente, mientras disfruta del paisaje.

 Castalia tiene como amigo a un gato de pelo largo y sedoso, color amarillo, que se llama Miau. Es un inquieto compañero que conoce a muchos seres, que Castalia no puede ver. A veces se vuelve tan chiquito que puede meterse por el cáliz de una flor y viajar a otros universos. Cuando vuelve, con la nariz llena de polen, se sienta al lado de Castalia y le cuenta todas sus aventuras, mientras toman chocolate caliente.

 Castalia nació una noche de verano, un rato antes de que saliera el sol. No sabía muy bien de dónde venía, creo que en el momento de llegar al mundo, se olvidó totalmente de su existencia anterior. Cuando abrió los ojos, se puso muy contenta, porque fue viendo colores suaves y miradas amigas, todo era muy cálido, como si lo bañara una luz dorada. También sintió un dulce perfume a rosas. Castalia intentó pararse con cuidado sobre el pasto en donde estaba sentada. Estiró los brazos hacia el cielo, como si la sostuvieran unas manos invisibles y así lo logró. Estaba de pie por primera vez en el mundo. Siempre recuerda a ese día como a uno de los más felices de su vida.

domingo, 23 de junio de 2024

 Nadie lo diría, pero, prestando un poco de atención y sobre todo haciendo silencio, en nuestro pulmón de manzana del piso once, podemos ver y oír a un montón de pájaros. Despiden cada tarde el atardecer, vuelan a lo lejos en círculo, se posan, solos o en parejas, en una antena de televisión vieja, cercana, parejas de benteveos, de palomas, incluso como hoy, de unas amenazantes aves de rapiña. Hace un tiempo veía a una de ellas en ese lugar, soportando estoicamente la lluvia, quién sabe qué esperaría. Lo cierto es que sabemos cuando las tormentas van escampando por cómo de a poco van volviendo a cantar, a veces dialogan dos especies distintas, tomándose su tiempo para esperar la respuesta. Ahora mismo, un chirrido persistente lo hace, en el mediodía soleado. Lo que nos pone más felices es, cuando sorpresivamente y más a lo lejos, empezamos a escuchar a algún zorzal tempranero, que nos va avisando la llegada de la primavera. Nadie lo diría, pero entre el rumor de automóviles, el tren que persiste a lo lejos con su traqueteo, y cada tanto, el botellero de siempre, los pájaros habitan también este espacio y nos avisan siempre de su presencia.

sábado, 22 de junio de 2024

 Papá tiene en algunas fotos una mirada que me cuesta definir, es como si la fuera descubriendo con los años. No sé si será porque no tiene lentes, y ellos eran una especie de armadura con la que se protegía. Se lo ve sin máscaras, desnudo, tal vez reflejando esa actitud que tenía ante la vida, sin impostaciones, tal cual era, para bien o para mal. Como si fuera uno de esos seres que, de tan frágiles, se ven desprotegidos frente a la cámara, que les roba un pedacito de alma, que les pide algo que ellos no tienen para dar, una sonrisa acorde a las circunstancias, que ellos no saben fingir. Solo se dejan ver, sin filtros, y tal vez a pesar suyo, mostrando lo que son.

viernes, 21 de junio de 2024


 Les dejo unos textos que transcribí hace tiempo del libro Otros Animales, del poeta santacruceño Jorge Curinao.

Fue reeditado recientemente por Editorial La Yunta.

domingo, 16 de junio de 2024

 Llegamos al mundo desde un lejano amanecer. La vida nos trae tomados de nuestra mano izquierda y nos va introduciendo en este plano. Pero en ese momento, apenas llegados, quien nos toma de la mano derecha es la muerte y comienza a llevarnos lenta, pero inexorablemente, hacia la puesta del sol. Nos va hablando al oído, para recordarnos su presencia. En ese espacio habitamos. Nos sentamos cada tarde a ver atardecer, para recordarlo.



miércoles, 12 de junio de 2024


 


 

El arte tiene un lenguaje propio, que para los /as que lo desconocemos, nos es inaccesible, si no fuimos educados en él. Sin embargo, nos conmovemos intuitivamente ante ciertas imágenes, más o menos realistas, más o menos elaboradas, seguramente mucho más valiosas desde el punto de vista de la creación artística, unas que otras. 

Se nos dijo, y se trató a veces, de que respondiéramos ante determinadas exigencias, para dibujar o pintar. Se nos dijo que no estaba bien usar tantos colores juntos, que a los colores había que crearlos y no usarlos directamente del pomo, que siempre pusiéramos intención, elección. Se nos dijo que los locos no pintaban...

Pero también se nos dijo que no pensáramos, que dejáramos ser a la pintura. Que si aparecía una imagen, no la tocáramos. Que la pintura nos iba a ir diciendo cuándo teníamos que irnos.

A esos los amamos. Nos rescataron y nos liberaron. Nos dejaron ser y brillar sin condicionamientos. Tener voz. Gritar o llorar con los pinceles. Y amar, sobre todo. El color, nuestra propia, oculta y necesaria belleza,  necesaria para sobrevivir en un mundo inhóspito.

Nunca supimos dibujar, ni pintar, ni hacer logradas composiciones. Sólo hicimos lo que hicimos, porque teníamos algo para decir.

Y por eso lo seguimos haciendo.


sábado, 8 de junio de 2024

 Y así fue, como un día, después de mucho caminar, Castalia se encontró con unos ojos del color de una plácida laguna, en un día soleado. Se sabía que estaba alimentada por ríos que habían recorrido llanuras y montañas, estepas y praderas, y que de cada uno de esos lugares, traían historias. Castalia se sentó en la orilla y miró con cautela su reflejo en el agua, que le devolvió una dulce y risueña sonrisa. Se quedó allí mucho tiempo, tanto que olvidó su supuesto destino. Finalmente se fue quedando dormida, bajo la luz de la luna, mientras los gatos del lugar la custodiaban. Al amanecer, despacito se sacó la ropa y se zambulló en esos ojos de color celeste-azulado. Entonces, decidió que ese era un buen lugar para quedarse.




viernes, 7 de junio de 2024

 En su cabeza, Castalia tiene una especie de iglú transparente, en el que cultiva plantas exóticas. Tiene que tener mucho cuidado porque algunas radiaciones pueden traspasarlo y eso perturba a las delicadas flores. Ella trata de protegerlo por todos los medios, pero a veces se olvida y empiezan a crecer especies asfixiantes, que consumen todo el oxígeno. En esos casos, solo tiene que hacer silencio para que se extingan y vuelva la paz.





 Cuando hay buen pronóstico meteorológico, Castalia decide salir de su Mundo. Una vez que se puso los zapatos, ya está lista. Pero resulta, que, casi todas las personas con las que se cruza en la calle, llevan espejos en el pecho, de distinta forma y tamaño. Ella, mal que le pese, no puede evitar verse reflejada, pero con una particularidad. Hay espejos en los que de tan brillante que se ve, casi ni puede mirarse; en otros aparece brumosa y oscura. En algunos, su imagen es la de una nena con las medias caídas y toda despeinada, hay espejos en los que lleva guardapolvo blanco y lentes (se ve muy seria), en otros está casi desnuda. Los hay también en los que es casi una anciana, de mirada triste. Castalia se desorienta mucho y se cansa extremadamente de no saber quién es, entre tantos espejos que la marean. Así que se apura a volver a su casa y entonces se sienta en silencio, junto a su gata, respira hondo, cerrando los ojos, y ahí, despacito, empieza a acordarse su nombre secreto, la clave que solo ella conoce para conectarse. Entonces, se sienta y comienza a escribir.




 No hace falta decir que soy de aquélla generación de nenas que amábamos a la Mujer Maravilla. Soñaba con ser Linda Carter girando y girando en medio de un estallido de luz, para emerger convertida en super-chica. Obviamente, intenté emularla y me hice con papel metalizado, una vincha y un par de brazaletes dorados, que no eran muy exitosos, porque siempre se me caían. Eso no impedía, sin embargo, que los usara una vez tras otra para ir corriendo hasta la esquina de mi casa, cada mediodía, a comprar el pan, braceando a más no poder, persiguiendo a quién sabe qué malhechores.



 Como el colectivo se detuvo, pude ver con detalle la escena. Un hombre caminaba lentamente de la mano de una niña, de unos cuatro años, que...