viernes, 27 de octubre de 2023

 Sería alrededor de 1978, por esos años, mi tío Néstor me había hecho socia de la Biblioteca Juan Bautista Alberdi. El bibliotecario, por esa época, era un señor muy alto y serio, que usaba anteojos y mameluco gris. Se llamaba Lolo e inspiraba mucho respeto. Yo iba muy seguido a buscar libros, porque me encantaba leer, y, siguiendo el hábito de mi mamá, me obsesionaba por leer rápido, y así cotidianamente iba a buscar más material. La verdad es que no sé cómo fue pasando, cómo hice para ganarme la confianza de ese señor en apariencia tan adusto y solemne, para que de a poco me fuera dejando entrar a la biblioteca y, en vez de seleccionar los libros por los ficheros, los buscara directamente en el estante en donde estaban los destinados a niños y preadolescentes, como era yo por entonces. Así es como de a poco mis recuerdos me van trayendo las imágenes de Lolo sentado, detrás del mostrador, ayudándome muy seriamente a contestar mis cuestionarios de investigación de historia, cuando tenían preguntas que no encontraba en los libros, y que él respondía con una sapiencia que a mí me impresionaba. Me emociona recordar con ternura aquélla época, vaya para mi querida tía y primos, el recuerdo de Lolo.

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