En mi infancia, cuando empezaba noviembre, los días 1 y 2 eran feriados, en conmemoración del Día de Todos los Santos y el Día de Todos los Muertos. El cementerio era entonces el lugar de reunión del pueblo. Las mujeres iban cargadas con todos sus elementos de limpieza; en el ingreso abundaban los puestos de flores, y los chicos corríamos entre las tumbas, mirando las fotos con detenimiento y leyendo las lápidas. Recuerdo especialmente un año, en el que fui con mi tía Elena, y la veo todavía lustrando afanosamente con cera la tumba de sus padres y colocando muchas flores frescas en ella. Viéndolo desde ahora, seguramente todo parece anacrónico. Sin embargo, no dejo de recordarlo con nostalgia. Es parte del folklore de mi niñez y por eso tiene un lugar especial en mi memoria.
domingo, 25 de octubre de 2020
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