Si tuviera que recordar un objeto
de ese verano de los ochenta, elegiría aquél collar. Era muy largo y estaba hecho de
perlas que no se destacaban por ser de buena calidad, pero eso no importaba. Lo llevaba con la desfachatez
de una chica de estilo charleston; claro que el resto de mi atuendo era sui generis. Podía ser una amplia camisola con flores
rosadas y blancas, o casi siempre una
remera de hilo color turquesa que había
tejido mi tía. El collar se destacaba sobre los bordados y en medio de las vueltas que le daba, entre
mi cuello y mi vientre, quedaron viejas canciones de la época. El Nano Serrat y
Los abuelos de la nada se balanceaban
con él cuando yo caminaba feliz, descubriendo la vida.
jueves, 14 de junio de 2018
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