lunes, 25 de marzo de 2024

 Hace más de diez años que estoy en pareja con un coleccionista, y tengo que reconocer que me llevó mucho tiempo comprender la esencia de esta actividad, por llamarla de algún modo. Me gusta pensarla como actividad, porque el coleccionista no descansa, siempre está en la búsqueda de algo perdido. Rafael colecciona figuritas, desde la década del 20, hasta la del 80, principalmente de fútbol. Así fue como me fui acostumbrando a estar en la expectativa constante de que en alguna plaza, en alguna feria, en alguna casa que se está desocupando, o incluso en la basura, puede aparecer algún tesoro. Por eso, fui descubriendo que esa persona a la que aparentemente solo le interesa completar el famoso álbum, en realidad, está haciendo una pesquisa constante, y con él, aprendí a coleccionar momentos. Dispersándonos en las ferias de manteros con el ojo al acecho, recorriendo sigilosos los mercados de pulgas, hurgando en casas de antigüedades y protestando cuando se detiene en los contenedores de basura, por si alguien descartó sin saberlo, esas preciadas piezas. Los domingos a la mañana en Parque Rivadavia, llenos de sonrisas cuando apareció algo y los viajes en tren al conurbano, para hacer algún canje. Me cuenta una y otra vez la felicidad que tuvo y tiene cuando recupera, a través de una figurita, un pedacito de historia. Y es increíble ver como hay personas que salen de una depresión, o, sin ir tan lejos, encuentran refugios de alegría contactándose con los niños que eran, cuando juntaban figuritas. El que piense que solo se trata de encontrar la difícil y completar el álbum se equivoca. Cada figurita guarda escondidos los recuerdos de la infancia y los de los momentos actuales que llevaron hasta encontrarla. Y ambos son igualmente valiosos. Coleccionando figuritas coleccionamos recuerdos, álbumes con nuestra historia a los que podemos volver una y otra vez, en los momentos tristes. Una película en cromos que nos sigue manteniendo vivos.




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