Como el colectivo se detuvo, pude ver con detalle la escena. Un hombre caminaba lentamente de la mano de una niña, de unos cuatro años, que apuraba el paso para estar a su altura. Él llevaba una bolsa con pan y otra de verdura en la mano, que se balanceaban con su paso. Ella tenía una pequeña mochila y conversaba con mucho interés, mientras él la escuchaba con atención. Yo miraba el cuadro desde la ventanilla, conmovida por el amor simple y profundo que compartían los que probablemente fueran padre e hija, que yo imaginaba de regreso a su casa. Adaptaban su marcha instintivamente para acompañarse, como debían hacerlo tantas veces, en complicidad silenciosa.
sábado, 24 de agosto de 2024
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