sábado, 10 de junio de 2023

 Siempre creí que a los muertos hay que dejarlos en paz. No hablo de los muertos en general. Todos conocemos personas que en vida fueron deleznables y capaces de las peores acciones. No me refiero a eso. Me refiero a mis muertos: a mi papá, mis abuelos, tíos e incluso mi novio de juventud, que falleció tempranamente. Nunca quise juzgarlos, solo tratar de entenderlos. Entender que desde ese número preciso de inhalaciones y exhalaciones que tuvieron, hasta que llegó la última; desde esa cifra exacta de palabras pronunciadas y pasos dados, hacia adelante o en retroceso, o cuando se quedaron quietos, inmóviles, sin saber qué hacer, hasta que su último latido cesó, en todos esos momentos tomaron decisiones, o se dejaron llevar por lo que creían era correcto, o tal vez ni se lo cuestionaron, actuaron, como hacemos todos, acertaron y se equivocaron, nos protegieron y nos abandonaron, sobre todo desde ese último día en que se fueron, cuando ya no volvieron, para terminar de decirnos las cosas pendientes, respondernos lo que nunca se nos ocurrió preguntarles y sobre todo, abrazarnos, sabiendo que, bajo este cielo, era la última vez que lo hacían.

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