domingo, 8 de mayo de 2022

 Apenas empezó la pandemia, intelectuales de gran prestigio de todo el mundo aventuraron el fin del capitalismo. Mientras nosotros permanecíamos en nuestros hogares, buscando nuevas formas virtuales de comunicarnos y de ocupar nuestro tiempo, trabajando e incluso educando desde allí, por las noches aplaudíamos al personal de salud, mientras el gobierno y la oposición se sentaban a hablar en los medios, conciliando medidas que nos protegieran, desde esos mismos medios que día a día nos aterraban con sus macabras noticias. Mirábamos ilusionados videos de manadas de animales que caminaban por las calles deshabitadas, y en secreto, pero muy en secreto, soñábamos que ese tiempo terrible era el preámbulo de uno mejor. 

Hace dos años de esto. Me pregunto qué dejo toda esta experiencia en nosotros y en el mundo que nos rodea. El capitalismo es tan salvaje como antes y ante nuestra estupefacción, se disputa una nueva guerra, en estos tiempos en los que los más ingenuos imaginábamos que serían de paz e igualdad. El corazón del ser humano es misterioso. Me pregunto si en este mundo atomizado, podremos, desde nuestras individualidades maltrechas, construir puentes provisorios de hermandad, aunque sea muy pequeños, pequeños puentes desde donde resistir. Tal vez la tragedia de la pandemia no haya bastado para cuestionar y tratar de reparar las desigualdades del sistema, pero me pregunto si habrá modificado algo dentro nuestro, un punto de inflexión desde el cual no podamos volver atrás.

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