domingo, 5 de septiembre de 2021

 Estudié bioquímica en la Universidad Nacional del Sur, entre los años 1984 y 1991. Para estudiar, recurría fundamentalmente a los apuntes que tomaba en clase, y los reforzaba con los libros recomendados para cada materia. Tuve la suerte de que mis padres pudieran costearme la carrera y a que la hice en la universidad pública. Pero como vivía en Punta Alta y la UNS estaba en Bahía Blanca, tenía que pagar el pasaje, que era muy caro, las fotocopias, etc. Nunca llegué a comprarme libros, estudiaba con los que sacaba de la biblioteca. Como a veces no había muchos ejemplares, teníamos que anotarnos para conseguir alguno, y según la demanda, nos los prestaban por más o menos tiempo. Mis amigxs me llamaban "la hormiguita viajera", porque siempre andaba de un lado al otro con mi mochila cargada de libros, carpetas, y algún tupper con sandwichs o milanesas de soja, que por aquéllas épocas eran realmente horribles. La sala de lectura de la universidad de entonces, era como un templo pagano, por su solemnidad y silencio. Nunca hubiera imaginado que iba a dedicarme a la docencia como profesión. Viéndolo desde ahora, me parece bastante natural que así haya sucedido. Crecí entre maestras y viví siempre, incluso en la actualidad, rodeada de docentes. Las sobremesas con mi pareja, con el que comparto este camino, traen casi todos los días los temas educativos al presente. Así fui creciendo y lo sigo haciendo, tratando de escuchar y sin ánimo de saberlo todo, la docencia se fue transformando para mí en una nueva piel. 

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