Mi primer perro se llamaba Yatasto, en honor a un pura sangre famoso de la década del 50. Le encantaba escaparse de casa y correr por el barrio, como el buen atorrante que era. No recuerdo si fue él, o fue Chicho, el lanudo que vino después, el que me siguió hasta la escuela Parroquial y entró corriendo detrás mío hasta el patio, mientras yo me hacía la desentendida, muerta de vergüenza. Fugitivos de la perrera, que recorría las calles, se adueñaban de ellas cada vez que podían.
jueves, 29 de abril de 2021
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Hace más de diez años que estoy en pareja con un coleccionista, y tengo que reconocer que me llevó mucho tiempo comprender la esencia de es...
-
El teléfono de línea llegó a mi casa en los 90. Hasta ese entonces, tenía que caminar veinte cuadras hasta la cabina de Entel, y hacer medi...
-
Hasta dónde se expande una sonrisa? Si se pudieran fotografiar las milésimas de segundo durante las que unos labios, unos ojos, los músculos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario