viernes, 9 de mayo de 2025

No recuerdo cómo fue que la Encíclica Rerum Novarum llegó a mis manos a fines de los 80, la leía con una mezcla de ilusión y respeto, el mismo que me invadió ayer cuando me fui enterando que con su nombre, el nuevo Papa, León XIV, honraba la memoria del redactor de esta encíclica básica para entender la Doctrina Social de la Iglesia, León XIII. En tiempos tan hostiles, la conjunción de este hecho con el resurgimiento de la historia del Eternauta, me parece que ha muchos/as nos ha dado un motivo nada trivial para sentir que no todo está perdido, necesitamos estos signos como el oxígeno para respirar.

sábado, 22 de febrero de 2025

 Hay una sombra colectiva en la sociedad, amenazante. Es esa sombra, fruto del odio y la desesperación de la gente que siente que no importa quien gobierne, les va mal y son los que pagan las consecuencias. Odio, claro está, alimentado por los medios que distorsionan discursos en donde ya no se sabe quiénes son los buenos y quiénes los malos, porque las aguas están mezcladas, turbias, barrosas. Ese odio es el que vota a una persona que en su nombre y blandiendo una motosierra, promete destruir todo para liberarlos y que puedan renacer. ¿Qué sucede entonces cuando el gran liberador demuestra ser un corrupto igual que todos los que él señalaba como tales? ¿Serán capaces los excluidos de darse cuenta y reconocer que fueron engañados nuevamente? Hay una sombra colectiva amenazante. Que este afán de destrucción no nos lleve puestos quizás sea posible si volvemos a preguntarnos cada día qué es ser humanos y si aunque sea desde los micropuentes que podemos tender entre los más cercanos/as que tenemos, podemos sostenernos y recuperar la esperanza.

martes, 11 de febrero de 2025


 

 La pintura, el dibujo, son profundos, oscuros, la palabra es la soga que me ayuda a emerger de las profundidades para poner claridad, aire, luz, límites, respirar,

el dibujo bucea profundo en tierras desconocidas, abismos en donde flotan oscuros seres de otros mundos con ojos fantásticos, rostros desgarradores,

ojos que quieren hablar y contar historias de dolor, de sufrimiento,

quieren hablar, decir, gritar lo que no pueden conjurar más que mirando en un trazo que los refleje, tanta nada de todos los días, miseria de la existencia que nada y nada en regiones de aguas oscuras y se sofoca y se ahoga y no sabe por qué está, no sabe nada, pero sigue y escribe y dibuja y habla por teléfono como si tal cosa

 y la vida va y viene como una línea, un murmullo gris, un sonido roto, una caricia que nunca llega, nunca llega, mientras los días pasan y la vida persiste y se enciende una vela en el fondo del alma que ilumina el cielo de la medianoche para mantener la esperanza, la soga que hace emerger el día, la esperanza, esa sonrisa del alma, el día sin pensar en que amanezco sin darme cuenta y está el cielo gris como me gusta y un aire húmedo y algunos pájaros y tal vez llueva, tal vez llueva de nuevo, de una vez en el corazón y se alivie la pena que guardan los días de las sombras, la negrura, la negrura blanda de dónde venimos.





 

A veces soy como un papel secante, me sumerjo en la tinta oscura que asciende y me vuelve gradualmente de color negro. En la noche de invierno tan larga, en los días de la lluvia, aún perdura la antigua pregunta: por qué, por qué.




 

Después de tantas palabras que agitaban la noche, comprendí que contemplando la luna de febrero podía dejarme llevar hacia ese estado anterior al sueño, en el que las ideas se esfuman mientras algunas visiones resplandecen más claras, a salvo de la confusión del día. Impávida pero contenedora, amenazante a veces, la luz plateada se refleja en algunos rostros cuando piensan en cuidar a alguien y protegerlo de todo mal, que esté a su alcance.

 

Llegó el tiempo de aprender a caminar de nuevo, de habitar nuevas ciudades, destilar palabras que emerjan desde lo profundo del agua barrosa, palabras que la luz atraviesa en medio del silencio y con antiguos códigos transmiten mensajes de un mundo perfecto desde lo imperfecto. Desde la grieta de la antigua herida surge la huella dorada como recuerdo y señal de lo vivido, para no olvidarlo y compartirlo, poblar de carteles luminosos las rutas y caminos con manos que señalen el cielo, con raíces de ombúes desde donde anclarnos para albergar pájaros que despidan el día en los atardeceres.

No recuerdo cómo fue que la Encíclica Rerum Novarum llegó a mis manos a fines de los 80, la leía con una mezcla de ilusión y respeto, el mis...