sábado, 18 de noviembre de 2023

 

No se trata de dramatizar. No se trata de victimizarse. Enfermedades las hay, y muchas. Mi objetivo es hacer docencia desde mi lugar de persona que, a través de treinta y tres años, ha ido asumiendo que es conveniente asumir un diagnóstico y un encuadre de ciertas características muy personales que han definido y definen quién es y cómo es su vida.

El diagnóstico es trastorno bipolar. La antigua enfermedad maníaco-depresiva. Con tantas diversidades como personas que la padecen. Cuestioné mucho durante mucho tiempo la etiqueta. Pero me cansé. Me doy cuenta de que, para poder sobrevivir en una sociedad hostil, es útil a veces usar un bastón blanco, como los ciegos, para que a uno no lo pasen por delante.

La gente lo oculta en los trabajos. No se lo dice muchas veces ni siquiera a sus amigos o a sus parientes. Es algo que avergüenza.

Es algo por lo que se nos estigmatiza y discrimina. No todos, claro. Pero hablo en nombre de todos los que lo padecen como lo hice yo siempre, sin animarme a abrir la boca, por miedo a quedarme sin trabajo. Como me pasó. Por miedo a quedarme sin relaciones personales. Como me pasó.

Durante mucho tiempo hice como si no pasara nada. Tiraba y tiraba del carro. Y lo sigo haciendo. Es una condición tan insidiosa que muchísimas veces uno no se da cuenta de que se está haciendo mal.

Se la romantiza a veces. Se la niega. Se nos palmea en la espalda diciendo, no, pero tan grave no es…mientras sabemos que nos damos vuelta y nos miran raro.

Probamos distintos tratamientos. En mi caso particular sufro cada vez que voy a la farmacia a comprar los medicamentos y todavía, después de 33 años, no asumo tomarlos cada noche, postergo y postergo la hora de hacerlo, aunque sé que no debería.

Son solo algunas ideas para pensar, que ya irán surgiendo seguramente.

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