sábado, 9 de junio de 2018


Caminar lento es una oportunidad de ver con más detalle. Claro que una corre el riesgo de ser atropellada por un peatón o, peor aún, por un automóvil. Estos últimos a veces, en un gesto amable pero peligroso, nos ceden el paso pero nos instan a apurarnos a pasar, con lo cual, el disfrute de la marcha se pierde. Hay tanta belleza dando vueltas que pasa desapercibida.... Una simple ramita caída en el piso puede ser un poema. Pero, claro, el imperativo en la ciudad es el consumo. Todos son comercios , vidrieras y letreros con mercancías y ofertas distractoras. Sólo queda entonces tomar calles tranquilas, si es posible fuera de las hora pico y aminorar el paso hasta volverlo lento, muy lento. Como para poder ver el último detalle de lo más insignificante, en donde radica lo más pequeño y bello.

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