domingo, 26 de diciembre de 2010

Navidad en la ruta 3


En Punta Alta me despide mi familia y un coro de devotos Hare Krishna que hace lo mismo con su maestro mientras cantan y bailan, con sus túnicas anaranjadas y unas campanitas que los acompañan. El micro parte hacia la llanura y me quedo mirando el cielo estrellado, hace mucho tiempo que no lo veía, lo contemplo largo rato, hasta que veo caer una estrella fugaz. De pronto, me sorprendo al ver unas luces en medio del campo: las cosechadoras nocturnas siguen descargando trigo. Ese paisaje nos sigue acompañando, en los campos o al costado del camino, trabajan o esperan el día para recomenzar. Estoy muy serena y contenta, como dijo mi hermana al salir, es un viaje bendecido. A lo lejos se ve un reflejo en el horizonte que anuncia la salida de la luna, de a poco va apareciendo, camuflada con colores solares que se van aclarando a medida que sube. La luz lunar cubre el campo. No puede haber viaje más plácido, me digo. Más adelante, el micro se detiene y se hace a un lado para pasar, hay siluetas y luces en la oscuridad. Distingo a una que sostiene a un niño en brazos, que mira mientras introducen a alguien inmovilizado sobre una camilla en una ambulancia. La vida y la muerte. Me pregunto por qué a ese niño le toca vivir esa experiencia tan terrible, en ese momento. El micro sigue. Pasamos Azul. Al rato se ve clarear, como dicen en el campo, quisiera ver salir el sol pero el sueño me vence. Me despierto en Buenos Aires, subiendo la rampa de Retiro.

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