
Vísperas de las fiestas. Hora pico. Colectivo repleto. Mucho calor. Gente que se amontona, cansada, entre ellos, yo. Parada en la parte de adelante del 132, esperando que se cumpla un viaje corto pero no por eso menos insufrible, más teniendo en cuenta que hay que atravesar Once. De pronto, un reflejo. En la baulera lustrosa del taxi que nos precede, un espléndido manojo de nubes. Magritte no lo hubiera pintado mejor. Me consuelo pensando en que la belleza nos redime, siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario