Nadie lo diría, pero, prestando un poco de atención y sobre todo haciendo silencio, en nuestro pulmón de manzana del piso once, podemos ver y oír a un montón de pájaros. Despiden cada tarde el atardecer, vuelan a lo lejos en círculo, se posan, solos o en parejas, en una antena de televisión vieja, cercana, parejas de benteveos, de palomas, incluso como hoy, de unas amenazantes aves de rapiña. Hace un tiempo veía a una de ellas en ese lugar, soportando estoicamente la lluvia, quién sabe qué esperaría. Lo cierto es que sabemos cuando las tormentas van escampando por cómo de a poco van volviendo a cantar, a veces dialogan dos especies distintas, tomándose su tiempo para esperar la respuesta. Ahora mismo, un chirrido persistente lo hace, en el mediodía soleado. Lo que nos pone más felices es, cuando sorpresivamente y más a lo lejos, empezamos a escuchar a algún zorzal tempranero, que nos va avisando la llegada de la primavera. Nadie lo diría, pero entre el rumor de automóviles, el tren que persiste a lo lejos con su traqueteo, y cada tanto, el botellero de siempre, los pájaros habitan también este espacio y nos avisan siempre de su presencia.
domingo, 23 de junio de 2024
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