En esa época, cursaba Análisis Matemático II. La clase empezaba a las ocho a. m. (puntual). Cuando llegábamos, el pizarrón ya estaba lleno de gráficos y ecuaciones impecables, que el profesor comenzaba a explicar con una mezcla de rigor y elegancia. Previamente había cerrado la puerta para que ningún rezagado entrara al aula y distrajera la clase. Pasados unos quince minutos, les permitía ingresar. Mientras hacía malabares con derivadas e integrales, un día nos dijo así como al pasar que estudiar esos temas nos iba a volver más ágiles mentalmente, que tal vez lo hubiéramos podido lograr dedicándonos a la literatura española. Nunca lo quise tanto como entonces, en ese tiempo en el que las matemáticas eran para mí, el mejor de los juegos.
sábado, 7 de agosto de 2021
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