miércoles, 9 de junio de 2010

Un monje amigo

En el interior del cerebro de Marcos había un desierto con una cueva en la que habitaba un monje solitario. Todo lo que poseía eran algunos libros y una bolsa con pan seco. Musitaba oraciones mientras leía distraído al abrigo de rocas milenarias. Por las mañanas acostumbraba salir a contemplar el cielo y a increpar al viento cuando las nubes se acumulaban sobre su cabeza. Sospechaba entonces que las cosas no andaban demasiado bien en el cerebro que lo albergaba. Presentía una vez más la llegada de las tormentas eléctricas neuronales. Descargas intempestivas cargadas de violencia que sólo se calmaban con un buen llanto.
Llegó un tiempo en el que el cielo se puso tan oscuro que decidió ayudar a su desesperado amigo. Empezó por cantarle viejas canciones mientras dormía, pero sólo conseguía ponerlo más triste. La lectura de sus salmos favoritos lo aburría. La situación parecía exigir algo más enérgico.
Hizo un atado con sus pertenencias y se puso en marcha. Se dirigió hacia la zona del lóbulo temporal, el de la música. Después de mucho caminar por circunvoluciones de arena, encontró un oasis sonoro abandonado. Viejas melodías secretamente guardadas debido al dolor que evocaban. El monje cargó algunas en su atado y después de beber un poco de agua, siguió su camino. Llegó así a la selva enmarañada que había invadido el lóbulo frontal. Redes de pensamientos tortuosos habían crecido oscureciendo los senderos. Era imposible avanzar. Con sus manos se las ingenió para cortar algunas ramas, despejando un poco la zona y así pudo seguir adelante. Bajó por una pendiente pronunciada hasta el piso del cerebro. Desembocó en el poderoso hipotálamo. Grietas polvorientas en el piso denotaban la falta de emoción en la vida de Marcos. Consultó su viejo libro de herboristería y preparó una infusión aromática que derramó sobre las resecas neuronas. Las señales nerviosas comenzaron a activarse. La hipófisis despertó con un sonido de campanas. Las hormonas comenzaron a fluir en torrentes hacia los vasos sanguíneos y el sol resplandeció en el cielo neuronal. El monje supo que Marcos estaba sonriendo mientras despertaba. Su misión había terminado. Se deslizó por el interior de la médula hasta la cola de caballo final y allí se durmió tranquilamente.

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