Todos los
días, mi hermana Belén cruzaba el patio a media mañana, hasta lo del abuelito
Germán. Con sonrisa tímida, iba a buscar el pancito que él le reservaba
especialmente, mientras la recibía con alegría diciéndole: ¡Pajarita! Pequeño
ritual que entre los dos crearon con la excusa de verse, gestos mínimos,
puentes que conectan las almas.
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