Prepararnos para salir con mamá, siempre fue un ritual. Un ir y venir entre las habitaciones y cada tanto al baño, para elegir una blusa, una pollera, colocar un dije en el cuello de la otra, subir un cierre, arreglarnos el pelo, ponernos un poco de rouge en los labios, un toque de perfume. Misteriosamente, nunca nos chocábamos. El espejo esperaba paciente el rostro de cada una de nosotras, que íbamos y veníamos silenciosas, en una suerte de danza que pacificaba el alma y nos preparaba para salir al mundo.
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