Sería alrededor de 1978, por esos años, mi tío Néstor me había hecho socia de la Biblioteca Juan Bautista Alberdi. El bibliotecario, por esa época, era un señor muy alto y serio, que usaba anteojos y mameluco gris. Se llamaba Lolo e inspiraba mucho respeto. Yo iba muy seguido a buscar libros, porque me encantaba leer, y, siguiendo el hábito de mi mamá, me obsesionaba por leer rápido, y así cotidianamente iba a buscar más material. La verdad es que no sé cómo fue pasando, cómo hice para ganarme la confianza de ese señor en apariencia tan adusto y solemne, para que de a poco me fuera dejando entrar a la biblioteca y, en vez de seleccionar los libros por los ficheros, los buscara directamente en el estante en donde estaban los destinados a niños y preadolescentes, como era yo por entonces. Así es como de a poco mis recuerdos me van trayendo las imágenes de Lolo sentado, detrás del mostrador, ayudándome muy seriamente a contestar mis cuestionarios de investigación de historia, cuando tenían preguntas que no encontraba en los libros, y que él respondía con una sapiencia que a mí me impresionaba. Me emociona recordar con ternura aquélla época, vaya para mi querida tía y primos, el recuerdo de Lolo.
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