domingo, 18 de agosto de 2019


Siempre me descalzo al entrar a mi casa, pero sentí la alarma al descubrir al rato que esta vez no me había sacado mi reloj pulsera. De algún modo todavía estaba en la calle. Al cruzar la puerta cerraba las ventanas y el tiempo se esfumaba. Las horas dejaban de existir en un continuo presente. Sin embargo aquél día el reloj seguía reinando triunfante, con su ritmo implacable. Me pregunté entonces qué había pasado. Y al darme cuenta, lloré.

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