miércoles, 20 de octubre de 2010

Imágenes urbanas

Mientras escribo, canta un zorzal al atardecer en el pulmón de mi ventana. No tengo ganas de recordar. Me dí una ducha, lloré, preparé el mate y regué mis plantas, por qué volver atrás?
Por qué volver a la calle (suenan bocinas de fondo), a esa calle que hoy está (como ayer, como antes de ayer, repleta de bolsas de basura, negras, putrefactas), a esa calle, en la que hoy, cuando la mayoría de los porteños auténticos o adoptivos, como es mi caso, salimos aturdidos del trabajo, encandilados por el sol después de un día bajo tubos fluorescentes, cargando bolsos pesados con suerte (o no), y encontramos alegremente: paro de subtes.
Eso implica colectivos más repletos que lo habitual, más crispación que la habitual (que ya es mucha), en mi caso, subir a uno de ellos, para bajarme a la dos cuadras, y empezar a caminar el trayecto hasta mi casa.
Cruzando calles con olores desagradables y personas que escapan de un lado a otro como los que se ven en la película “Niños del hombre” (veánla si pueden). Tan peligroso es moverse que inevitablemente en una esquina, una madre y su hija tratan de incorporar a su perrito, que fue recién atropellado en un descuido.
Sigo caminando, Palermo y sus paraísos dan señales de esperanza, entro a un mercadito chino en donde esos chinos están realmente contentos, y compro lechugas y mandarinas, y sigo caminando, y cuando cruzo el puente llegando a casa, un padre alza a su hijo, enseñándole a lo lejos, una de las mejores vistas urbanas de la Estación Once, y del ferrocarril, no sé por qué, me parece una señal de esperanza. La bandera argentina flamea en el carro de un cartonero en la esquina.
Las sandalias rosadas de plataforma que me había puesto hoy no eran para caminar, cuando llego a casa tengo los pies ampollados. El alma también.

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